Simiente de la duda
germinada a fuego,
tus raices rompen mis entrañas.
En un lueño ligero
soy humo y me elevo.
Cada vez que cierro los ojos, te veo.
Y la melodía estridente
del rechinar de mi alma
me acuna en el duermevela
de los sueños que no tengo.
La certeza velada,
se adormece,
al aroma del laúdano
que emana la razón.
Y yo fumigo los brotes verdes
con vacíos de la emoción
esperando que el otoño
me marchite, una vez más.
De piedra, el corazón.