Camino al borde de un precipicio
que no puedo mirar,
creando de la nada circundante
los precarios peldaños
de mi escalera hacia el final.
A ciegas, tambaleante,
lucho por avanzar
sobre un camino empedrado
de cruda realidad.
Los pies, ya desgastados,
se tropiezan al andar
con pasados y futuros
lastres de soledad.
Siento el vacio circundante,
como me llama su oscuridad,
con un canto de sirena
que me invita a abandonar
quedándome con su nada
y su extraña y fria paz.