lunes, 19 de febrero de 2007


Me gustan los días inesperados, como hoy...

Esos días en que te levantas por la mañana y hace un buen tiempo inusual: un día claro y soleado, con el aire oliendo a primavera.

Así que guardas el jersey de lana que tenías preparado de la noche anterior y te pones una manga finita, de color clarito, que es lo que pega.

Y sales a la calle a dar un paseo...

Vas sin rumbo fijo, andando tranquilamente, sin estridencias. Disfrutas de la sensación del Sol dándote en la cara y del aire que huele a nuevo, a vida que renace.

Resonando en tu cabeza van los acordes de algun canción que, increiblemente, es la más apropiada para ese momento. Tarareas en voz baja, casi sin mover los labios la melodía que tu mp3 ha elegido tan adecuadamente (llevas el modo de reproducción en aleatorio, por eso de la magia de lo inesperado).

Te cruzas con la gente y los miras. Rostros fugaces que juegan a esconder su mirada, o que te miran fijamente con un coqueteo inocente que se pierde un segundo después. Rostros anónimos que desaparecen en un mar de caras, de caminos por un instante cruzados, de vidas fugazmente compartidas con un extraño.

Y te sientes bien.

Y sonries.

Y por un instante crees (o más bien deseas) estar sintiendo lo más cercano posible a la absoluta felicidad.

Y vuelves a sonreir.

Y deseas que todo el mundo, aunque solo sea un instante, haya sentido esa sensación. Esa sensación de que el mundo puede ser un lugar maravilloso, mágico, un mundo inesperado.

Me gustan los días inesperados. Los días en los que sientes que, al fin y al cabo, no todo es tan malo.

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