Sales de la vida por la puerta de atrás.
Huyes, te evades, intentas escapar de algo, aunque ni tu mismo sepas muy bien de qué.
Huyes, quizá de ti mismo, quizá de los demás, como si el espacio físico, como si el tiempo y la distancia fueran capaces por sí solos de curar esas heridas. De crear más cicatrizasen un alma demasiadas veces apaleada, en tu alma demasiado dolorida.
Por eso dices adiós y hechas a andar, dirigiendo tus pasos no se sabe muy bien donde, caminando sin rumbo pero con una solo idea en la cabeza: dejarlo todo atrás, lejos, lo más lejos y perdido en la memoria que seas capaz.
Y te alejas, y rezas por que tus pensamientos no se alejen contigo. Por que se pierdan en el camino y no te puedan alcanzar. Por que te dejen huir sin cobrarse el precio que les debes.
Solo hay un problema: con los pensamientos también dejas muchas otras cosas detrás, cosas que no querrías perder y que no quieren que te pierdas. Cosas que, antes de que te vayas, ya te ruegan con silencios tu regreso.
Pero aún así, huyes, te alejas, sales de la vida por la puerta de atrás, tal y como entraste.
Y deseas que, algún día, seas capaz de volver a entrar.
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